¿Por qué el amor entre una pareja va desapareciendo con el tiempo? ¿Por qué al principio de una relación hay más entusiasmo por ver al otro, más deseo, más tolerancia, más renuncia a preferencias propias?
1. Al principio de una relación las personas buscan un amor romántico. El cual sólo prospera con la novedad, el misterio y el peligro y se disipa cuando la novedad se transforma en un hábito y lo que era misterio se convierte en un encuentro común.
2. Tener una pareja no sólo implica compartir la vida con alguien, uno de los incentivos prioritarios para buscar pareja es tener placer. Lo que en su forma cruda no es más que encuentros íntimos. Pero cómo reconciliar el deseo inicial con otras características del amor romántico como el compromiso y la admiración. Por ello, el amor inicial tiende a degradarse hacia la amistad dejando de lado la pasión o pasa sólo a convertirse en encuentros sexuales.
3. El amor romántico desaparece porque se inspira en “el/la hombre/mujer de mis sueños”, en un ideal. Nos enamoramos bajo una fantasía, las mujeres buscan su príncipe y los hombres a su princesa pero el tiempo nos lleva a la realidad y a la desilusión.
4. La razón es que los tiempos cambian y la gente también. Añoramos estabilidad en nuestra relación, pero con el tiempo las circunstancias nos llevan a modificar intereses, gustos y preferencias. Sin advertirlo, escuchamos la frase “cómo has cambiado”. El hecho es que muchas personas buscan enamorarse para darle sentido a sus vidas. A menudo funciona, por un rato.
Existe algo de verdad en cada una de las explicaciones anteriores. En general, coinciden en que no es que el amor romántico mismo tienda a desaparecer, sino que nos esforzamos por degradarlo. Y la psicología evolutiva podría decirnos por qué.
A lo largo de nuestra evolución, los animales humanos hemos desarrollado diversas estrategias para sobrevivir y reproducirnos. Una de esas estrategias es asumir riesgos. De la misma forma en que el miedo es una lección instintiva heredada de nuestros antepasados para correr y no ser devorados por un depredador, tomar riesgos le permitió a nuestros ancestros reproducirse, tener poder y experimentar con mayor variedad de presas, alimentos, climas, ambientes, etc. Les brindó una dieta más rica en proteínas, les ayudó a expandirse por el planeta y obtener más recursos para sobrevivir y trascender.
Así como el riesgo, la adrenalina y el peligro son parte de la natura humana; en otro sentido nuestros instintos nos delatan la necesidad de sentirnos seguros.
Mientras recopilaba datos sobre el divorcio en distintas sociedades, la antropóloga Helen Fisher encontró unos patrones sorprendentes. La mayoría de las parejas se divorciaron alrededor del cuarto año de matrimonio, su edad se situaba en torno a los veinticinco años y/o tenían sólo un hijo a su cargo. Coincidentemente, algunos antropólogos –basados en observaciones a sociedades tradicionales con un estilo de vida regido por esfuerzos físicos constantes, una dieta ligera y peso escaso, además de largos periodos de lactancia- sugieren que cuatro años es el tiempo habitual que marcaba la frecuencia del nacimiento entre nuestros ancestros.
Considerando lo anterior, Fisher sostiene que a lo largo de 3.5 millones de años el animal humano aprendió a convivir en pareja, cuando menos por cuatro años, el tiempo suficiente para que su descendencia tuviera cierta autonomía. A lo largo de esos millones de años afirmaron sentimientos de apego y seguridad, y se configuraron los circuitos cerebrales que dieron origen al cúmulo de emociones que hoy llamamos amor.
No es coincidencia que la palabra “familiar” provenga de la palabra “familia”. De lo que es nuestra sangre y nos da confort, paz. Nuestra natura exige certidumbre, familiaridad, protección, en fin: la ilusión de la estabilidad.
Entonces por un lado necesitamos aventura, riesgo, misterio, sorpresa y por otro estabilidad, seguridad y certidumbre. La ansiedad no nos permite plena reproducción pero la monotonía tampoco, nuestro cerebro está programado para revivir la aventura del amor romántico.
Los animales humanos necesitamos de ambos: seguridad y riesgo, lo familiar y lo novedoso. A veces encontramos formas para perseguir estas añoranzas de forma alterna, a veces en balance delicado con la pareja. Debido a que nos jalan en direcciones opuestas, un balance entre seguridad y riesgo únicamente puede ser un equilibrio transitorio.
El amor romántico nos atrae con su promesa de seguridad. Sin embargo, el amor no es estático “no puedes simplemente ponerle pausa a tus instintos” si hoy te satisface la seguridad es porque no hace mucho corriste un riesgo y quizás mañana querrás hacerlo de nuevo. El amor romántico es, por naturaleza, desestabilizador.
Con base en lo anterior, la pregunta realmente no es —como lo manifiesta la mayor parte de la literatura en la materia— ¿por qué nos enamoramos?; sino ¿cómo lograr mantenernos enamorados?
La respuesta es concebir que el ser humano es cambiante y en el proceso exige, por un lado, reinventarse y re-crear fantasías, pasiones y aventuras con la persona querida, por otro, pro-curar, cuidar y ofrecer la estabilidad y el espacio-tiempo de seguridad y certidumbre que nuestra natura demanda. Una lucha de fuerzas opuestas, un equilibrio —que si se logra— tiene lo mejor de los dos mundos: “pasión y certidumbre, hasta que la muerte nos separe”.
Articulo escrito por el Dr. ANDRÉS ROEMER.
Categories: